Solía sentarse sobre el rascacielos del mundo y hasta jugaba a ser equilibrista entre husos horarios, según dónde le tocara su tiempo de descanso .Se acostaba de espaldas al sol, incrédula de aquel otro rostro que se orientaba a su semblante. Barajaba un solitario que se vestía de luto, pero no se llevaba en el alma.
Quizás en aquel recóndito universo que habitaba en sus ojos, existía vida luego de su muerte. Pálida, destemplada y sin acordes, solfeaba notas con voces prestadas y le dedicaba un concierto a las nubes donde reposaba Beethoven .En alguna ocasión se la vio entrar por la ventana de un niño; hoy ya hombre, consolando su llanto y cambiando de rumbo aquellos nefastos torrentes bermellón .Aún conserva el recuerdo de sus cabellos negros y una risa robada a su inocencia .Por esos entonces, que sabría ella de soltar " Dientes de León" al olvido.
Y así regresaba, mojada hasta sus entrañas de tantas lágrimas hurtadas y un desconsuelo inerte que azotaba la sombra de un camisón ya sin alas .Aún así, en su noche siguiente, volvía a dejar sus pantuflas perfectamente acomodadas y su cama sin deshacer hasta que volvía la madrugada.
Dejó pétalos de besos al aire y en una cajita de orquídeas con su corazón, para aquel amor de otros tiempos. No escatimó en caricias o abrazos, ya estaban acordados por pura causa y efecto, pero tan llenos de afecto que no importó ni el por qué ni el cómo.
No siempre veló de suspiros de vida, también de aquellos perdidos que sonámbulos transitan sin nombre .Como no podía ser de otra manera, no le faltó destreza para alternar con la muerte. Siempre había una ocasión para un café frente al río Aqueronte, dónde la parca le confesaba sus penas mientras Caronte cruzaba sombras sin prisa.
No sé qué hubiera sido peor, si ser el abogado del diablo o el confesor de la muerte .Aunque queda bien claro, que en punto frío no había comparación.
Con el tiempo se hizo osada, se alistó en un consejo de siete brujas o tal vez la séptima era ella y no se reconoció. Tan pequeña como una canica, se trepó sobre sombreros y sapos. Saltito a saltito, hasta la puerta de la magia y una llave que guardaba el poder que atrapó la inquisición.
Gritó con coraje su nombre, no supo de miedos y entre siete brujas río.
No sé si era una elegida o tan sólo llevaba coronita de predilección. Más creo que descalza se hacía camaleónica y en varios espejos podía bailar sin condición.
Algunas noches se las dedicaba al amor, viajaba en la popa de un barco junto a su alma gemela y tomados de las manos pintaban con besos una luna llena dedicada a Poseidón. Otras veces se vestía de sirena y en un cordón de corales le cantaba una nana al fruto de su corazón. Cómo no querer desnudarse de su cuerpo, si sólo en el adviento de sus sueños podía reflejarse en aquellos ojos negros que la amaban bajo mil universos y una misma canción.
Algunos creían era locura, para mí ella sólo buscaba escaparse y entre tantos latidos perdida, al unísono, se encontró.
Autora: Mariana R. Regueiro . Ariel
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