Hoy será Navidad, pero en mi casa hace años que ya no se
festeja. A pesar de que mis hermanos, Miguel y María, aún son pequeños, sé que
nuevamente les espera un día normal y corriente.
Desde hace tres años cuando murió mi madre todo cambió, mi
padre ya no adorna la casa como solía hacerlo y a la hora de la cena de noche
buena nos deja solos para irse al bar. Cuando regresa viene con olor a alcohol
y tan mareado que solo puede llegar a su cama.
Revivo estos pensamientos mientras me mezo en la silla de mi
madre e intento traer a mis recuerdos cada detalle de las navidades junto a
ella. Mis hermanitos eran muy pequeños y no pueden recordarlo, por lo tanto no
saben lo que es esa noche, todos reunidos en familia. Parece como si la
estuviera viendo con su delantal floreado, guisando cosas ricas en la cocina.
El olor de la carne en el horno y la salsa de la receta de la abuela, me
invaden todos los sentidos. La mesa tan impecable puesta con las decoraciones
con velas rojas. Todos juntos riendo y cantando villancicos al lado del árbol
lleno de regalos. Y luego de las doce ella los repartía y nos miraba con
ilusión al vernos abrirlos. Después, se sentaba con los tres al lado del fuego
para contarnos historias del espíritu de la navidad mientras, mi padre tocaba
el violín con sus ojos llenos de felicidad. Nunca más volví a ver ese brillo en
sus ojos desde aquel día fatídico.
Ese día cuando ella partió me dijo: -Helena, recuerda
siempre que yo viviré en tu corazón.
Esas palabras resonaban mas que nunca en mi mente y de
repente sentí un calor intenso en mi pecho. Corrí al desván fui por el árbol y
los adornos y decoré la casa lo más rápido que pude antes que mi padre se
levantara de su siesta para irse al bar. Busqué la receta de la abuela y tuve
suerte de encontrar carne en el congelador. Mientras preparaba la cena tendí la
mesa con los mismos detalles que ella lo hacía. Sólo me faltaban los regalos,
así, que tomé cosas de mi habitación que a mis hermanos les encantaban y las
envolví para regalo. Y para mi padre envolví su violín que esperaba guardado
hace años en un baúl. Llamé a mis hermanos y les dije que se vistieran para una
fiesta. Yo sólo llevaría de gala el delantal floreado de mamá. Sus caritas de
asombro al ver la sala eran impagables.
Y de pronto se levantó mi padre y al ver todo el preparativo
se puso a llorar, me abrazó y me dio las gracias.
Esa noche tuvimos una navidad como cuando vivía mamá.
Mientras abrían sus regalos yo les contaba sus historias y mi padre tocaba su
violín con ese brillo nuevamente en sus ojos.
Dedicado a mi Madre.
Autora: Ariel
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